improvisaciones y aprovisionamientos

cuentos, garabatos improvisados; también pequeños destellos en forma de palabras que uno va encontrando por ahí­
One Figure, Juan Muñoz
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Nombre:
Lugar: Barcelona, Cataluña, Spain

29.9.05

implosiones en 3'1416


"Spike's Folly I," by Willem de Kooning, oil on canvas, 79 by 68 1/2 inches, 1959


nos explotaba la boca de tanto soñarnos
cayendo sin fin por aquella playa vertical
o quizás esférica
o quizás no una playa
sino un grito de arena

yo trataba de alcanzarte y
tú me inventabas una y otra vez
en vano nos deshacían las olas
para que volviéramos a amasarnos el uno al otro

nos explotaba el sexo de tanto soñarnos
cayendo sin fin
el uno dentro del otro

nos explotaba el corazón
-dos puñados de salitre arrancados al mar-
cayendo sin fin en coseno de alfa
y sobre el chorreante cuchillo de la vida
nos explotaba el alma de tanto amarnos

27.9.05

cuando fuimos inmortales


Yves KLEIN, Le Saut dans le vide !, 1960, œuvre conceptuelle photographique d'Yves Klein réalisée par Shunk et Kender © Harry Shunk - Yves Klein

cuando fuimos inmortales ¿te acuerdas? ¿os acordáis? éramos inmortales, no nos heríamos, no nos rompíamos, éramos solares, éramos eólicos, no soñábamos, éramos los sueños mismos, no teníamos rivales, éramos cinéticos y plutónicos, éramos alcohólicos y gaseosos, no desmayábamos, no dormíamos, no añorábamos la vida pues éramos la vida, éramos nosotros, sólo nosotros, éramos onerosos y meteóricos, imbatibles e irreductibles, y no admitíamos ninguna clase de doma, éramos volubles e inexorables, éramos lanzatorpedos, éramos rebobinables, no nos desinflábamos, no retrocedíamos, no decaíamos, éramos frisos dóricos y edecanes radiactivos, éramos gomaespúmicos y monofásicos, éramos stradivarius submaxilares ¿te acuerdas? ¿os acordáis?

un día nos salieron las primeras canas

22.9.05

Vida al natural, Clarice Lispector

Clarice Lispector, Silencio



Vida al natural

Pues en el río había algo como el fuego del hogar. Y cuando ella advirtió que, además del frío, llovía en los árboles, no podía creer que tanto le fuese dado. Y el acuerdo del mundo con aquello que ella ni siquiera sabía que precisaba como el pan. Llovía, llovía. El fuego encendido guiñaba hacia ella y hacia él. Él, el hombre, se ocupaba de aquello que ella ni siquiera agradecía; él atizaba el fuego, lo cual era su deber de nacimiento. Y ella, que siempre estaba inquieta, haciendo cosas y experimentando, curiosa, ella no se acordaba de atizar el fuego: no era su papel, pues tenía a su hombre para eso. No siendo doncella, el hombre tenía que cumplir su misión. Lo más que ella hacía era instigarlo, a veces: «Aquel leño —decía—, aquél todavía no encendió». Y él, un instante antes de que ella acabara la frase que lo advertía, él ya había notado el leño, era su hombre, ya estaba atizando el leño. No le daba órdenes, porque era la mujer de un hombre que perdería su estado, si ella le daba órdenes. La otra mano de él, libre, está al alcance de ella. Ella lo sabe, y no la coge. Quiere la mano de él, sabe que la quiere, y no la coge. Tiene exactamente lo que necesita: poder tener.
Ah, y decir que esto va a acabar, que por sí mismo no puede durar. No, ella no se
está refiriendo al fuego, se refiere a lo que siente. Lo que siente nunca dura, lo que siente siempre acaba, y puede no volver nunca. Se encarniza entonces sobre el momento, se traga el fuego, y el fuego dulce arde, arde, flamea. Entonces, ella, que sabe que todo va a acabar, coge la mano libre del hombre, y la enlaza con la suya, ella dulce arde, arde, flamea.

20.9.05

Materiales para un cuento


Pintura de Magritte

Papel maché. Alambre. Un timbre dorado. Un juego de tizas y crayones. Líquido decapante y argamasa. Bovinas de cuerda. Una radiografía. Tinajas, contrafuertes y antepechos. Un barco hundido en una bañera. Palabras veloces. Cartón tela del número seis y carboncillo. El proyecto de un arco iris. Cola. Palomas sobre un tendido eléctrico: todas las palomas del mundo. Diez mil caballos de cristal en el justo momento de romperse, o quizás un poco después. Una mano firme, como de cera. Un abrigo que finja una muerte, un albornoz que simule un suicidio. Un vientre tatuado y una ciudad sumergida en un vaso de ron. Una plancha de bronce. Bloques de alabastro. Vientos que hielen el alma. Lugares comunes en situaciones insólitas. Un baúl de marionetas. Una urna de cristal cuyo vacío hiere. El violinista astroso que imanta la hojarasca otoñal. Un palco de ópera a la orilla del mar. Un barril o un cuchillo. Héroes impasibles que finjan dormir en medio de la tempestad. Goma de borrar y aceite de linaza. Ingentes toneladas de papel cuadriculado. Tres rayos de sol o cuatro como el último vestigio del cabello de un planeta anciano. Cinta aislante. Una caja de muelles. Una trompeta de plástico. Arcilla y tiempo. Un jardín lleno de muebles. Viento que llene el aire de corbatas. Una banda de música. Y una mujer. Una mujer que camina bajo la bóveda de los árboles y a cada instante el chorro de una claraboya le cambia el color del pelo. Una mujer que camina bajo la bóveda de los árboles tras un rastro de nieve que quiere ser una jauría de lobos blancos. Una mujer que camina bajo la bóveda de mis párpados tratando de llegar a alguna parte antes de que yo despierte.


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