improvisaciones y aprovisionamientos

cuentos, garabatos improvisados; también pequeños destellos en forma de palabras que uno va encontrando por ahí­
One Figure, Juan Muñoz
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Nombre:
Lugar: Barcelona, Cataluña, Spain

21.2.06

Los tontos


Estampe. Litografía de Dubuffet

Me acuerdo con cariño de los tontos de la infancia. Alfonsito, ¿se llamaba así?, que viajaba a la escuela en avioneta, con los brazos en cruz y el rostro desencajado de felicidad. Y aquel hombre, aquel vecino que caminaba tartaleando y llevaba un gorro de lana casi todo los días del año. Los ojos de niño en el cuerpo curtido. Aquel hombre que daba las gracias a todo el que se cruzara con él. Resultaba molesto en su gratitud, ¡insidioso! Cómo comprendo yo en estas circunstancias la actitud de aquel hombre. Agradecimientos para con todo lo que no es uno, porque ello es justamente lo que lo define a uno.
Un mundo lleno de aviones imaginarios, de corazones agradecidos. Eso es algo que violenta nuestra supuesta inteligencia.

13.2.06

La luna y la tierra




A duras penas llegué al fin cerca del Aorai, la cima de la isla, la montaña temida. Era al atardecer, la luna se alzaba y, mirándola, me acordé del diálogo sagrado, precisamente en aquel lugar que la leyenda le asigna como teatro:
Hina decía a Tefau:
- Haz revivir a hombre cuando muera.
El dios de la Tierra contestó a la diosa de la Luna:
- No, no lo haré revivir. El hombre morirá, la vegetación morirá, así como todo aquello que alimenta, la Tierra morirá, la Tierra acabará, para no renacer nunca más.
Hina respondió:
- Haz lo que quieras. Yo haré revivir la Luna.
Y lo que poseía Hina continuó siendo, lo que poseía Tefau pereció y el hombre tuvo de morir.


Paul Gauguin. Noa Noa

7.2.06

el refugio



porque no podía detener el vuelo de su mano lenta pero decidida como un cóndor que pasa como pasa el aire por los labios cuarteados del inca que sopla la flauta de pan, no podía, no quería, no debía hartarse de ese gesto repetido hasta la saciedad, no, y mientras la mano se deslizaba por el teclado mecánico sorteando el lapicero y las herramientas y luego sobrevolaba la llanura de la alfombrilla con un grito de ave que vibraba como el chillido amarillo de las ropas ancestrales o la risa estertórea del crucificado, y mientras el ave antigua conducía a la mano en picado y se abría paso por la gruta del cajón entreabierto, el tacto era la luz de una playa y el ruido de una playa y el olor de una playa; y mientras en la pantalla de cristal líquido una voz hosca y rectangular reclamaba la palabra que da acceso al sistema no era ya el deseo que habitaba en él el deseo de entrar en las cosas y penetrar en los sistemas sino el anhelo de emerger hacia lo imposible, como un barco que reflotara tras el curso de los siglos arrastrando un bosque de coral; y todo en ese instante se invaginaba, inversión en la estructura de la realidad, y porque no podía detener el vuelo de su mano lenta pero decidida e impedir que se posara sobre la cálida duna que habitaba el cajón de los proyectos trufada de conchas de nautilos y botellas correo, y allí, la mano que era un cóndor que era un son tañido por los que vencen el vértigo a los abismos cabezabajo, allí, sí, la música trazaba la silueta de un hombre caminando a contrapelo del viento, un hombre transido de vida, quemado de vida, porque vida es laja que arde, hierro que marca, no el hierro sino el momento del hierro ¿es que las cosas son algo más que el momento de las cosas?; porque no podía detener el vuelo de ese cóndor después de las reuniones sin olas, de los encargos sin sentido, del enfrentamiento con las bestias de artificio, papiroflexia grotesca de la naturaleza, él, que de tan buena gana se hubiera entregado al zarpazo de un guepardo, a la mandíbula de una amenaza marina, al ensañamiento ameno de un reptil, él debía ahora dejar a cada instante que el cóndor milenario condujese su mano muerta hacía la bahía de la vida, espuma, nautil, salmo, llama que lame la llama para que sobre los taludes y las dunas salvajes un hombre caminara contra el viento con una tajada de mango abarquillado sobre la hoja del cuchillo; por ese motivo cuando lo asediaba el mundo, hundía su mano en el cajón lenta y secretamente, como un ciervo herido entra en la muerte, y espachurraba un puñado de arena como si fuera un puñado de oro o su propio corazón desangrado

3.2.06

si no es que existe ya, debería inventarse una homeopatía del alma; quiero pensar que este contacto diario con la mezquindad me volverá inmune a ella,
un día abrazaré a uno de estos seres abyectos que me rodean y lloraré de agradecimiento sobre su hombro


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