Si un día me besaras
Estábamos merendando mi amiga y yo en la orilla del río, si es que los ríos tienen orilla, cuando vimos pasar transportada por la corriente a la mujer-ahogada. Era una mujer joven y bella, como es típico en los cuentos. Llevaba un vestido lleno de volantes y vuelos que emitía destellos de oro, y entre las manos sujetaba un ramo de flores que al irse deshojando dejaba un rastro policromático, si es que esa palabra existe. Al pasar por el tramo del río en el que mi amiga y yo estábamos merendando, giró su bello rostro hacia nosotros, nos guiñó un ojo y nos dedicó una sonrisa de carnaval. La vimos perderse tras un recodo del río, pero su larga cabellera roja, como el rastro de un cometa, continuó a la vista durante un buen rato.
Luego el mundo tembló como si lo hubieran metido dentro de un bafle. Al instante se nos presentó, del otro lado del río, una reata de hombres a caballo. Uno de ellos, con aires de principe y un bigotillo de gato que indicaba las cuatro menos veinte, oteó el horizonte protegiendo sus ojos con una mano y después dio una voz. De nuevo, entre retemblores, se nos quedó el paisaje limpio y cristalino; y el sol se sonrojó al rozarse siquiera con las montañas que delimitan el horizonte.
Vi una mosca acercarse por estribor.
-Esa es para ti –le dije a mi amiga dándole un golpecito disimulado con uno de los codos de mi anca.
-No me hagas la rosca que no te voy a besar, no sea que me salgas bigotudo –contestó mi amiga.
Luego el mundo tembló como si lo hubieran metido dentro de un bafle. Al instante se nos presentó, del otro lado del río, una reata de hombres a caballo. Uno de ellos, con aires de principe y un bigotillo de gato que indicaba las cuatro menos veinte, oteó el horizonte protegiendo sus ojos con una mano y después dio una voz. De nuevo, entre retemblores, se nos quedó el paisaje limpio y cristalino; y el sol se sonrojó al rozarse siquiera con las montañas que delimitan el horizonte.
Vi una mosca acercarse por estribor.
-Esa es para ti –le dije a mi amiga dándole un golpecito disimulado con uno de los codos de mi anca.
-No me hagas la rosca que no te voy a besar, no sea que me salgas bigotudo –contestó mi amiga.
8 Comments:
Cómo me han gustado esas ranitas, jaja! por cierto, la bella y joven mujer del cuento parecía la Ofelia de Millais, que sí, que sí, que yo estaba detrás de un matorral con el matamoscas en ristre y también la vi.
Me gusta mucho el detalle de la hora en el bigotito, cuando te preguntas si cierta palabra existe o si los ríos tienen orilla... es sugestivo y tiene mucho encanto. No puedes evitarlo: eres original.
Y si le sale bigotudo, que le afeite o que cierre los ojitos!
Un beso.
Sí, pensé en ese cuadro, pero no sabía de quien era ni cómo se llamaba. Muchas gracias por ese aporte. Ah, y cuídate de los hombres con bigote.
Un beso de rano desencantado.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Yo no conocía a Millais hasta ahora. Me he documentado un poco y he escrito, como biografo no oficial, las primeras horas de la vida de este artista.
· Sir John Everett Millais. 1829 - 1896
John Millais quería nacer en el siglo 15, pero su madre (Emily Mary Millais), que tenía las cosas muy claras en temas de alumbramiento, le obligo a nacer exactamente y aproximadamente en el año 1829.
Pocas horas después del parto, cuando el joven John ya se había aseado y dormido un poco, fue a la cámara de su madre a pedirle explicaciones.
- ¿Se puede saber qué pasa contigo? -preguntó mientras gateaba hacia la cama.
- ¡Hijo! ¿Tan pronto y ya hablando? -exclamó Emily.
- ¡Che! No me cambies de tema que te conozco. Te recuerdo que un feto puede empezar a oir a partir del cuarto mes; y conozco tus artimañas.
- No sé a que te refieres. Anda. Vuelve a dormir y hablamos de aquí a unos años, como es lo habitual.
- ¡Ni hablar! Pertenezco a la casta de los William. Y si algo tenemos los William es que cuando empezamos a hablar nadie nos para. Quiero que me expliques porque me has obligado a nacer en el siglo 19 en vez del 15. A ver, que yo no digo que esto este mal, pero fíjate que amigos me has ido a buscar. A unos les gusta el greco-romano, a otros el rococó horroroso y el resto pintan paisajes aburridísimos. Además tendré que compartir nombre artístico con William Morris.
- ¿Quién es William Morris?
- Tu espera nueve años y ya lo verás.
- Mira cariño -empezó a decir Emily con todo el tono de dulzura y comprensión que una inglesa puede adoptar después de un parto-, antes de esta ya había sido madre por dos veces. Parí a los hijos de mi anterior marido, un empresario ricachón que estoy segura que en la próxima vida se reencarnará en lavandera porque le gustaban más las enaguas que al Papa de Roma dar ostias. Y sé por experiencia que lo más importante para un hijo es la educación. Y aquí al ladito -meneó el puño en el aire, con el pulgar extendido, señalando a algo tras los ventanales-, nada, a cinco minutos en carro, tienes un colegio de Bellas Artes que es una maravilla. Mañana vamos a verlo y me dices tu si hubieras encontrado un colegio así en el siglo 15. Además al lado del colegio hay una pastelería que hace unas pastas de jengibre y sirven un té con leche que te entra un 'no se que' a cada sorbo...
Sir John -o 'Little Sir' como solían llamarlo en casa- escuchaba las explicaciones de su madre y se le hacía la boca agua pensando en el te con leche.
- ... sin hablar de los pastelillos de chocolate con menta que son muy refrescantes en verano. En invierno no los hacen porque el jardincillo que tiene detrás de la tienda no está muy resguardado y la menta se marchita muy rápidamente con las heladas.
Little Sir acumuló unas cuantas lagrimillas en sus ojos e hinchó los mofletes -táctica infantil que nunca fallaba con las madres- y dijo: "prfoesq io quira concera Rafafael".
- ¿Qué? -preguntó Emily dejando de lado a los pastelillos de confitura de ciruelas.
- Qemufiera justadostar cun Rafael.
- ¿Qué?
Little Sir se dio cuenta que todavía no dominaba la técnica del hinchamiento de mofletes. Colocó la boca en posición normal.
- ¡Que me hubiera gustado conocer a Rafael! El italiano ese que pinta con muchos colorines.
Emily asintió con ternura.
- ¿Y qué hubieras hecho tu en Italia? No ves que allí se come muy mal; sin huevos fritos con choricillos para desayunar ni fish&chips para picar por la tarde.
- ¡Ya! -en eso su madre tenía razón-. Entonces ¿que hago? ¿Me quedo?
- Pues claro que sí. Mira, haz una cosa. De los greco-romanos esos te apartas; per nunca les des la espalda que a los griegos siempre les han gustado los jovencitos tiernos. Con los rococó puedes salir si quieres; son muy cursis y te ríes con ellos. Y sobre los paisajes... pues yo que sé... los pintas con cualquier cosa rara, una mujer muerta por ejemplo, que siempre da morbo y dará que hablar de tus cuadros. Y cuando seas mayor, con tus colegas, fundas un club de fans de Rafael. ¿Que te parece la idea?
- No está del todo mal. ¿Pero que hago con lo del nombre? -preguntó Little Sir pensando en Morris.
- Pues muy sencillo. William hay a montones, pero Millais... ¿A cuantos conoces?
- A ti y al abuelo.
- ¿Lo ves? Somos pocos, y además el apellido es rarito, lo cual siempre es bueno para un artista. Así que, aunque pecando de orgullo genealógico, te recomiendo que firmes con el nombre de John Millais. Además, aquí no acaban las ventajas: la M está mucho antes que la W en los libros de historia del arte. La gente nunca llega hasta la W; Zurbarán, Zuloaga, Ximenéz, Wilkins o Walton quedarán en el olvido. Pero de ti, como estás a la mitad, todos leerán tu biografía.
Little Sir asintió.
-Pues va a ser que tienes razón. Si es que no se para que me molesto. Gracias madre.
Años después Sir John Everett Millais, siguiendo ese consejo, pinto, en un delirio Freudiano, a su madre muerta, arrastrada por una corriente de te con leche, en un paisaje de muchos colorines.
Básicamente está es la historia de Sir John Everett Millais. Cualquier otra cosa que hayáis podido leer son invenciones de escritores de libros de historia con excesiva imaginación.
ah, cuántas y qué agradables visitas!
gracias por pasar, ¿una taza de té, un licorcillo?
Vaya, vaya… no había reparado en la biografía del amigo Millais, ¡es genial! Y la madre, una mujer visionaria donde las haya. Cierto es que la inspiración decimonónica se miró en muchos espejos del pasado, parece que al final se vio fea y terminó por romperlos todos. Pero este paisaje de colorines y la pelirroja muerta ya son un símbolo del romanticismo más primigenio.
Man of no fortune… yo me lo pido de almendra, el licorcillo digo.
Es como un cuento. Por un momento la mujer ahogada se me pareció a la bailarina del soldadito de plomo, otra escena me recordó a Alicia en el pais de las maravillas, al Señor conejo.
Dices:
Y el sol se sonrojó (...) (me encantó)
Yo tengo una rana, aún no la besé, ¿crees qué cambiaría? (si es que lo hiciera)
Gracias por la historia, ramon.
El licor lo quiero de...uhm... ¿mora, almendras, café, manzana...? pues, no sé,pero que sea después del almuerzo. ¡Ah!, ya, me invade la nostalgia así que para mi, un Brizard con hielo.
Gracias, cielo.
Publicar un comentario
<< Home