
¿qué puedo yo hacer ahora?, divagar, eso sí, me queda esa baza, como un personaje de beckett
¿qué puedo decir ahora?: he comido un bocadillo vegetal, leí un rato en un banco del parque donde daba el sol; alguno se ha convertido en un virtuoso anotando esas cosas en su diario; de regreso a la oficina, vi a un obrero que amartillaba una hormigonera para que se desprendieran los residuos del mortero, ¿cómo se amartillaría uno la cabeza?
bebo un repugnante café de máquina, me rasco una oreja
el que está a mi lado está peor que yo, o lo aparenta, descubro que es otra víctima, quizá soy un ingenuo, soy un ingenuo sin la menor duda; el que está a mi lado barbotea frases inconexas, al principio me giraba, creyendo que me dirigía la palabra
veo la puerta, ¿qué es un laberinto?, cualquier cosa, cualquier cosa construida a contramano del sentido común; y sin embargo ¿no es a veces el sentido común el más tonto de los laberintos?, veo la puerta, diez metros, ocho, ¿qué invisibles minotaros me acechan?
una vez vi una margarita crecer entre las baldosas de mi terraza, y no era un sueño
robert walser murió en un manicomio, en sus últimos años se dedicó a escribir con una letra cada vez más pequeña, hasta hacerla ilegible, dicen que fue una señal de protesta porque no era leído, la paradoja, siempre la paradoja, es que tras su muerte se hizo un esfuerzo tremendo para interpretar aquel testamento bufo
el que está a mí lado canta estribillos en inglés, a veces en francés, de vez en cuando recita un artículo de un código quizá inventado: como dice el artículo ene del tratado de vuelo internacional, bla, bla…
ahora bebo un poco de agua fresca
divagar, me queda esa baza
una vez fui testigo de un crimen, una pandilla de golfetes acorralaron a un gato bajo un coche y lo mataron a palos, ¿lo recordarán como lo recuerdo yo ahora?, ¿volverá esa escena a ellos desde los páramos de su infancia como vuelve a mí?, ¿tendrán remordimientos como los tengo yo por no haber actuado?, la maldad colectiva es un enigma que me produce vértigo, y sin embargo no siempre hemos tenido las manos limpias
yo odiaba al que está a mi lado, sin haber tenido trato con él, lo odiaba sin conocerlo, lo odiaba porque los demás lo odiaban, hubiera cogido mi palo, hubiera proferido mi grito tribal, uno más de la banda, y hubiera matado a aquel gatito indefenso
no puedo desprenderme de una sensación: el filo de una daga recorriendo mi espalda
conspiración de alimañas
bebo agua fresca, o el agua me bebe a mí
acomodo mis gafas empujando el puente con la yema del índice, me parece un gesto patético
una risa de hiena, un bisbiseo de coyotes
me pregunto: ¿por qué fernando savater, conservador, habrá hecho un ensayo sobre cioran?
me contesto: por maldad, supongo
y apostillo: por lo mismo que la santa iglesia vierte sus heces crapulosas sobre el rostro de jesús
¿qué sabré yo de esas cosas?
es cosa de divagar, me queda esa baza
el que está al lado lleva un rato callado, ahora carraspea
¿qué haría yo ahora?, ¿qué es lo que más me gustaría hacer?
si no doliera, si no matara, oh, adorable vitalidad, si fuera redimible, si hubiera la posibilidad de impostarlo, como un juego, como un episodio rebobinable, lo que me apetecería en este momento es dirigirme al centro de esta miserable oficina, de esta patética cesta de ofidios, y entonces rociarme de gasolina, prender un mixto
y arder, arder, arder, arder, arder, arder