Quizá un cuento, primera parte
relato extenso, por fascículos, jeje
I
Si yo escribiera alguna vez este cuento comenzaría con un principio abrupto: un primer contacto con el personaje, paulatinamente ofrecería esbozos basándome en el cliché del científico estrambótico, voluminoso cráneo calvo, gafas de miope… Retrato en sepia del pasaje adormilado. Una azafata de vuelo con un fular de seda. Un tentempié. Observación por parte del protagonista de las pantorrillas hipertrofiadas de la azafata, análisis: adaptación a superficies inestables. El protagonista en la cabina de aseo. Debo mostrar el maletín, unido al antebrazo del protagonista por un grillete. Entonces el estallido. Estremecimiento de ser absorbido por una turbina. Disolución del yo en una corriente de realidad imprecisa y turbulenta, ¿muerte?, luego un impulso irracional, gestado en lo profundo de la fibra animal, una mano que busca, una boca que busca desesperadamente: aire, vida.
Después un corte. Cómo seguir este asunto, este trasunto. Sí, cambiaría de narrador, al fin y al cabo, ¿no puedo hacer lo que me dé la gana? Primera persona. El protagonista yo. Espacio límbico, una espantosa quemazón en la garganta. El sol no en lo alto sino frente a mí, yo no tumbado sino de pie en un muro horizontal en el que me derrito, en el que me aso. Esa burbuja de luz hirviente, si pudiera alcanzarla estallaría. Quiero andar por el aire, y sin embargo chapoteo. Con el maletín improviso un sombrajo para la cabeza. Palpo mi voluminoso cráneo de científico y no encuentro fracturas. Hay una lucha en mi interior por algo más importante aún que la supervivencia: la identidad, pero sólo soy una bestia que gime, por tanto ignoro el origen de mi dolor. Con un grito desprovisto de toda humanidad recibo a la noche, extendiendo mi mano en carne viva hacia las lejanas estrellas.
Aquí vendría una somera descripción del marco, vuelta a la tercera persona, palmeras cortando al sesgo el espacio, las arenas decorativas, las escarpadas cumbres, los tupidos bosques ululantes.
Recuerdos deshilachados: paseos en bicicleta, árboles cuyos nombres he olvidado, ni siquiera puedo recordar la palabra árbol, ni siquiera la palabra bicicleta. Primeros esfuerzos: arrastrarse por la playa, apuntalarse en las rocas y otear el horizonte con la vista encegada. Recuerdos de la infancia imposibles, yo acunado en brazos de mi madre, yo escalando un mueble para hurtar albaricoques. Parto cocos con el canto de acero del maletín. Bebo. Me yergo, espanto a las aves en los manglares con mis berridos grotescos, a los diminutos mamíferos que me estudian desde la espesura, me reconozco superior, blando mi maletín en un gesto primitivo de euforia. Cazo pequeñas alimañas con mi maletín. Abrazo mi maletín y le agradezco la vida. La lluvia azota los cristales y yo en medio de un estrado, esa pajarita de lunares me distrae, no, no es esa pajarita de lunares, son esos ojos detrás de mí, ese lazo en el pelo, esa risa que ahora oigo remedada por ajetreo de las gaviotas. Carne cruda. Ensangrentado mi rostro, espanto a los monos que me escudriñan desde la espesura. De la mano que sostiene la tiza caerá una gota azufrada que al reventar en el suelo del estrado generará un fantasioso vergel, en el que ni yo ni nadie estaremos nunca. Camino ya con soltura, las quemaduras van cicatrizando, prendo mi primer fuego. Me siento en un escollo a contemplar los atardeceres, y me arrullo con esa canción de cuna sin palabras.
En la llegada del alba, trazo surcos en la arena con una piedra: líneas, ángulos: un poliedro, entonces echo a correr por la playa con los brazos en cruz y por primera vez en varios días articulo sonidos que adquieren la forma de una palabra berreada:
-¡Euleeeeeeeeeeer!
I
Si yo escribiera alguna vez este cuento comenzaría con un principio abrupto: un primer contacto con el personaje, paulatinamente ofrecería esbozos basándome en el cliché del científico estrambótico, voluminoso cráneo calvo, gafas de miope… Retrato en sepia del pasaje adormilado. Una azafata de vuelo con un fular de seda. Un tentempié. Observación por parte del protagonista de las pantorrillas hipertrofiadas de la azafata, análisis: adaptación a superficies inestables. El protagonista en la cabina de aseo. Debo mostrar el maletín, unido al antebrazo del protagonista por un grillete. Entonces el estallido. Estremecimiento de ser absorbido por una turbina. Disolución del yo en una corriente de realidad imprecisa y turbulenta, ¿muerte?, luego un impulso irracional, gestado en lo profundo de la fibra animal, una mano que busca, una boca que busca desesperadamente: aire, vida.
Después un corte. Cómo seguir este asunto, este trasunto. Sí, cambiaría de narrador, al fin y al cabo, ¿no puedo hacer lo que me dé la gana? Primera persona. El protagonista yo. Espacio límbico, una espantosa quemazón en la garganta. El sol no en lo alto sino frente a mí, yo no tumbado sino de pie en un muro horizontal en el que me derrito, en el que me aso. Esa burbuja de luz hirviente, si pudiera alcanzarla estallaría. Quiero andar por el aire, y sin embargo chapoteo. Con el maletín improviso un sombrajo para la cabeza. Palpo mi voluminoso cráneo de científico y no encuentro fracturas. Hay una lucha en mi interior por algo más importante aún que la supervivencia: la identidad, pero sólo soy una bestia que gime, por tanto ignoro el origen de mi dolor. Con un grito desprovisto de toda humanidad recibo a la noche, extendiendo mi mano en carne viva hacia las lejanas estrellas.
Aquí vendría una somera descripción del marco, vuelta a la tercera persona, palmeras cortando al sesgo el espacio, las arenas decorativas, las escarpadas cumbres, los tupidos bosques ululantes.
Recuerdos deshilachados: paseos en bicicleta, árboles cuyos nombres he olvidado, ni siquiera puedo recordar la palabra árbol, ni siquiera la palabra bicicleta. Primeros esfuerzos: arrastrarse por la playa, apuntalarse en las rocas y otear el horizonte con la vista encegada. Recuerdos de la infancia imposibles, yo acunado en brazos de mi madre, yo escalando un mueble para hurtar albaricoques. Parto cocos con el canto de acero del maletín. Bebo. Me yergo, espanto a las aves en los manglares con mis berridos grotescos, a los diminutos mamíferos que me estudian desde la espesura, me reconozco superior, blando mi maletín en un gesto primitivo de euforia. Cazo pequeñas alimañas con mi maletín. Abrazo mi maletín y le agradezco la vida. La lluvia azota los cristales y yo en medio de un estrado, esa pajarita de lunares me distrae, no, no es esa pajarita de lunares, son esos ojos detrás de mí, ese lazo en el pelo, esa risa que ahora oigo remedada por ajetreo de las gaviotas. Carne cruda. Ensangrentado mi rostro, espanto a los monos que me escudriñan desde la espesura. De la mano que sostiene la tiza caerá una gota azufrada que al reventar en el suelo del estrado generará un fantasioso vergel, en el que ni yo ni nadie estaremos nunca. Camino ya con soltura, las quemaduras van cicatrizando, prendo mi primer fuego. Me siento en un escollo a contemplar los atardeceres, y me arrullo con esa canción de cuna sin palabras.
En la llegada del alba, trazo surcos en la arena con una piedra: líneas, ángulos: un poliedro, entonces echo a correr por la playa con los brazos en cruz y por primera vez en varios días articulo sonidos que adquieren la forma de una palabra berreada:
-¡Euleeeeeeeeeeer!
5 Comments:
Realmente bello, tu cuento.
Felicidades.
PD: Te deseo que un día delires con gnomos en tus cajones, es delicioso en el fondo :)
A ver, a ver, yo compro el periódico por los regalos, si sigo los fascículos de tu (quizás) cuento; ¿qué me das? Promete, digo el cuento (quizás)
Lucullus
Me gusta, yo quiero más cuento. Ahora me he quedado con el pie en el aire, en equilibrio, pero así no se puede estar mucho rato. Hay que seguir caminando...
hola, amiguetes, veo que me he metido en un berenjenal, no sé si habrá segunda parte, estamos en ello
gracias, un abrazo
¿una cubertería de plata te iría bien, Lucullus? Procuraré robar una.
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